Personalidad enigmática, tras negarse a grabar discos de estudio durante años, Grigory Sokolov hoy es capaz de abarrotar algunas de las mayores salas de conciertos del mundo. Agraciado como músico con una sensibilidad y una maestría excepcionales, sus primeras grabaciones son imprescindibles. La elección de la música de sus recitales siempre es idiosincrática, aunque consigue aportarle una musicalidad asombrosa a todo lo que toca. Su recital de Salzburgo es enorme y satisface en todos los aspectos: su manera de interpretar el final del preludio coral de Bach es pura perfección.