Bruckner: imprescindibles

La música de Anton Bruckner está llena de contrastes. A menudo, las ideas melódicas y los gestos rítmicos más sencillos forman estructuras complejas que ascienden como si de grandes catedrales góticas se tratara. Por ejemplo, en los primeros compases de su tercera sinfonía, donde una fanfarria de trompeta y el tenue fulgor de las cuerdas desembocan en un pasaje de dimensiones épicas. También en la batalla entre la luz y la oscuridad que domina el movimiento lento de la tercera y nos lleva de la reflexión al drama y finalmente a una sobrecogedora explosión emocional. El catolicismo inquebrantable de Bruckner, su interés por el ritual religioso y su concepto celestial del sonido son tan evidentes en la Misa en latín o el Réquiem como en las sinfonías. Incluso sus motetes sacros más breves evocan la eternidad, particularmente en las expresivas disonancias de Christus factus est y la mezcla de acordes y contrapunto de Os justi. Sus sinfonías nunca se alejan de lo sagrado y lo sinfónico siempre tiene un lugar en sus obras sacras: cada escucha revela nuevas profundidades del misterio espiritual que envuelve la música. “La Novena es su despedida de la vida”, explica el director Paavo Järvi a Apple Music Classical. “Es un relato increíblemente emocional del final de sus días en este mundo y el encuentro con su creador. Bruckner era tremendamente religioso y no tenía dudas sobre la forma en la que se iban a suceder estos acontecimientos. Nunca llegó a terminar la sinfonía y muchos músicos han tratado de hacerlo, pero, en mi opinión, está perfectamente completa incluso sin el último movimiento. En la versión que nos dejó hay un aire de misterio que la diferencia del resto de su obra”. Vladimir Jurowski ve a Bruckner como un abanderado de la música del futuro. “A pesar de su relación con Wagner y su apego por el lenguaje del romanticismo tardío, Bruckner no era un romántico”, observa el director. “Quizás fuera el último gran visionario del siglo XIX. Un genio que llevó la música en una nueva dirección que no tenía un destino claro ni siquiera para él. Mahler, y hasta cierto punto Shostakovich, fueron quienes llevaron sus descubrimientos a un nuevo desarrollo armónico con otras orquestaciones. Pero pienso que a menudo se subestima a Bruckner como inventor de la nueva música”. Los ecos de las antiguas tradiciones sagradas coexisten con la modernidad en el arte de Bruckner. Sus sinfonías contienen rastros de la música folclórica y los cantos devocionales con los que creció en un pequeño pueblo cercano a Linz. Franz Welser-Möst, nacido y criado en la ciudad austríaca, entiende la importancia del lugar en Bruckner. “Su cuarta sinfonía es la obra que, en mi opinión, mejor describe su infancia en el paisaje del norte de Austria y dice mucho de sus orígenes como compositor”, explica el director. “La música retrata la naturaleza de la región en más detalle que en cualquier otra de sus sinfonías. Dicho lo cual, sería demasiado simplista reducirla a una obra ‘pastoral’ habida cuenta de lo complejo de su estructura. En cierto sentido, Bruckner es uno de los grandes pioneros del minimalismo por la forma en la que escribe motivos bellísimos, los desarrolla y los repite con diferentes tonos y ritmos. Aunque pueda parecer una contradicción, veo sus sinfonías como improvisaciones cuidadosamente estructuradas, largos viajes musicales de naturaleza meditativa”.