- SELECCIÓN EDITORIAL
- 2019 · 3 piezas · 43 min
Concierto para piano n.º 3 en re menor
Esta pieza es famosa por poner a prueba el temple de la gente virtuosa, con resultados muy dispares. ¿Quién puede olvidar el momento en que David Helfgott se desmaya después de una actuación en la película biográfica de Scott Hicks, Claroscuro de 1996? Rach 3 puede conducir a sus intérpretes al triunfo o al fracaso. Para su estreno en 1909, en Nueva York, el propio compositor tuvo que practicar intensamente utilizando un teclado simulado durante su viaje transatlántico a Estados Unidos. A pesar de la tibia acogida inicial en Estados Unidos, el concierto ganó fans y se consolidó como la obra con la que no sólo se medirían pianistas, sino también compositores, como Prokofiev con su diabólico Concierto para piano no. 2 (1913). Desde el comienzo del no. 3, Rachmaninoff transmite una inquietante sensación de anticipación: una simple declaración del solista acerca del tema, con cuerdas que pulsan en silencio, vientos sostenidos y metales, sugiere que hay mucho por venir. Efectivamente, el piano se desata en episodios rapsódicos de ensueño antes de abrirse por completo en los pasajes culminantes de la cadencia del primer movimiento. El intermezzo del segundo movimiento, con sus agitadas cuerdas y anhelantes motivos pianísticos, nos introduce en el corazón reflexivo de la obra antes de catapultarnos hacia el asombroso despliegue de pirotecnia del movimiento final. Las refinadas referencias del desenlace a los temas de los movimientos anteriores unifican la obra a medida que se precipita hacia su conclusión. Drama puro en manos de quienes saben tocarla y tragedia para quienes no.