Concierto para violonchelo en mi menor

Op. 85

Contrariamente a la gran mayoría de sus compatriotas, el compositor inglés Elgar vio el estallido de la Primera Guerra Mundial como una calamidad. Durante esa época, compuso varias obras de carácter patriótico con la supuesta finalidad de levantar la moral, pero a este trabajo le faltó el fuego y convicción de sus composiciones anteriores. Su Concierto para violonchelo, compuesto un poco después de la guerra, en 1919, expresa con sinceridad su reacción a la devastación de un mundo que en algún momento Elgar creyó conocer. Comienza con una atrevida declaración de principios por parte del solista, pero en vez de recibir la respuesta de toda la orquesta, como se esperaba en el Romanticismo, un cuarteto de vientos liderado por un clarinete interpreta la melancólica melodía que termina con un sutil acorde de la sección de cuerdas. Estas frases taciturnas del solista, sumadas al tema espectral de las cuerdas, cuya nostalgia es difícil de olvidar, indican que nos estamos adentrando en un territorio triste y desconocido. El solista adopta entonces el tema de las cuerdas, como aceptándolo, y conduce a la orquesta a un apasionado motivo musical. Hay una divertida brillantez en el scherzo del segundo movimiento y una reflexión suave y melancólica en el tercero. El final comienza con una atmósfera sombría, que inicialmente es enfrentada con actitud desafiante por el solista. Por un momento, parece que una conclusión exuberante, a modo de danza, está por llegar. Sin embargo, la música interpretada por el solista da muestras de una desesperación que parece no tener cura; es la angustia ocultada detrás de tanta nobleza estoica. Un brusco recordatorio de la danza anterior le otorga al concierto una conclusión tan dramática como inesperada.

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