Concierto para violín en mi menor

Op. 64

Con su segundo Concierto para violín, Mendelssohn no solo insufló nueva vida al género, sino que su estreno en 1845 lo coronó a oídos del público como el verdadero sucesor de Beethoven. El solista de aquella velada en Leipzig era Ferdinand David, el concertino de la Gewandhaus, pero fue un Joseph Joachim adolescente (más adelante gran amigo de Schumann y Brahms) quien le dio la fama que ha disfrutado desde entonces. La naturalidad con que fluye la música esconde siete largos años de trabajo, de una originalidad evidente desde los primeros compases, cuando el violín se eleva sobre las turbulencias de la orquesta para llegar a la relativa calma del tema que introducen los clarinetes. La cadenza se adelanta y corona el desarrollo del “Allegro” en lugar de anunciar su coda. Mendelssohn liga los tres movimientos con pasajes de transición, una idea que tomó prestada del Konzertstück en fa menor, Op. 79 de Weber. El “Andante” central es una canción sin palabras alrededor de una sección en clave menor más ambigua en sus emociones que la música que la introduce y despide. Por último, fanfarrias de trompetas anuncian un final ligero como una pluma, con el violín llevando las repeticiones del tema del rondó por caminos armónicos cada vez más fascinantes. Junto con los conciertos románticos de Beethoven, Brahms y Bruch, el segundo de Mendelssohn es una prueba de fuego para cualquier violinista con ambición.

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