Sinfonía n.º 3 en fa mayor

Op. 90

Brahms pasó el verano de 1883 en Wiesbaden, donde dedicó buena parte de su energía creativa a la Sinfonía n.º 3, una obra tan personal que ha generado amplios debates sobre las intenciones del compositor desde su estreno vienés a finales del mismo año. Algunos de sus mejores amigos veían un programa oculto en el arco emocional de la obra, pero el propio Brahms siempre rechazó cualquier connotación extramusical. En cualquier caso, es imposible no reparar en que algunas de las audaces ideas musicales de los dos primeros movimientos reaparecen profundamente alteradas en el último. El ejemplo más claro es el de los dos acordes de maderas y metales que impulsan el tema rítmico y dinámico de los violines en los primeros compases, un pasaje que se repite insistentemente en el primer movimiento y de nuevo, esta vez más sereno, en el cuarto. Los dos movimientos que hay entre ambos tienen un carácter más introvertido, especialmente el melancólico “Poco allegretto”. En el final, la tensión del primer movimiento alcanza una intensidad febril antes de disolverse en la misteriosa coda que nos retorna al tema principal con el que empieza la sinfonía.

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