Fiel a su ya reconocida práctica de tocar de memoria, la Aurora Orchestra ofrece una ejecución precisa, con cambios dinámicos ágiles y bien definidos. Incluso en los momentos más sutiles, su sonido mantiene una urgencia casi conspirativa: las cuerdas suenan con gran articulación, mientras que trompetas y cornos resplandecen con un brillo casi barroco.
La violinista Nicola Benedetti entra con una interpretación elegante, cálida y espontánea, pero también llena de impulso. Hacia los diez minutos de la pista, aparece un matiz de melancolía: su violín se vuelve más introspectivo y retoma suavemente el tema inicial en tonalidad menor, acompañado por dos fagotes de carácter sombrío.
La cadencia está inspirada en la que Beethoven compuso para su versión revisada para piano y orquesta, más que directamente adaptada de ella. En ese pasaje, Benedetti entabla un alegre diálogo con los timbales. Ese momento, con aire de danza, parece anticipar los ritmos vivaces y saltarines del final. Entre ambos movimientos se encuentra el adagio, más ágil de lo habitual, aunque la interpretación delicada de Benedetti y la equilibrada intervención de los vientos de Aurora justifican con creces un ligero impulso en el tempo.