Concierto para violín en re menor

Op. 47

Sibelius tenía unos 25 años en 1891 cuando se dio cuenta de que nunca sería un violinista virtuoso. Su Concierto para violín (1905), uno de los más grandes del género, representa un emotivo adiós a ese sueño. Lo completó en 1904 y en su formato original era una formidable prueba de virtuosismo, tanto así, que el pobre violinista del estreno fracasó estrepitosamente. Sibelius retiró el concierto y ajustó su estructura para crear la obra maestra que conocemos hoy. Comienza con un “Allegro moderato” y texturas relucientes interpretadas por los violines de la orquesta, sobre las cuales el solista interpreta una larga melodía nostálgica. El clima se oscurece antes de que el solista llegue al final de este pasaje, dándole voz a la orquesta. Posteriormente, el violín regresa en un tono conciliatorio que se transforma en un segmento a dos voces, como un apasionado dúo individual. Un atmosférico pasaje orquestal conduce a un respiro en la tormenta. A esto le sigue una cadenza arrebatada, que en realidad es un soliloquio. La orquesta se suma para una recapitulación de los temas principales, antes de que esta sección termine con un ánimo desafiante. El movimiento lento es íntimo y tierno, como si el solista hubiera tomado la determinación de sonreír pese a la adversidad. En la mitad del movimiento, expresa brevemente un sincero pesar, pero el sentimiento final es de aceptación y esperanza. La danza del último movimiento tiene dejos del Concierto para violín de Brahms, más recio y adusto, pero igualmente emocionante.

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