Parsifal

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“Aquí, el tiempo se transforma en espacio”. Parsifal (1882) es la última ópera de Wagner. Ocupa un universo imaginario que existe alejado de sus otras obras; quizás, de todas las óperas. La trama transcurre en el mítico dominio del grial: sagrada fuente de vida y luz, custodiada por una hermandad de caballeros. Pero el hechicero Klingsor trama contra los caballeros y su líder, Amfortas, agoniza a causa de una herida incurable. Sólo un alma pura lo puede sanar y Parsifal, el impulsivo muchacho que aparece en el mundo del grial, todavía no está equipado como para poder ayudar. Wagner se nutre de mundos narrativos ricos y complejos para contar la historia del rey pescador, incluyendo el misticismo cristiano y budista e incluso la filosofía de Schopenhauer. Sin embargo, reviste todo este material en un ambiente musical novedoso para él: lírico, brillante, expansivo, dispuesto a indagar las profundidades de la angustia y la dulzura de la redención mediante un sonido orquestal que Debussy describió como “iluminado desde adentro”. Wagner sugirió que Parsifal era un “festival escénico sacro” y su intención era que cada representación fuera una ocasión especial. Las exigencias que la ópera impone sobre público e intérpretes por igual hacen que este sea el caso. De todas maneras, son pocas las personas que podrán permanecer indiferentes antes su magia. Fragmentos como “Los encantos del Viernes Santo” ofrecen tan sólo un indicio de su gigantesco poder trascendental.

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