24 Preludios

Op. 28, C. 166-189

En el siglo XIX, los pianistas solían improvisar introducciones a piezas largas, una práctica que llevó a muchos compositores a escribir ciclos de 24 preludios breves que abarcaban cada tonalidad mayor y menor, entre ellos Hummel (1814), Cramer (1818), Kalkbrenner y Moscheles (1827). Con base en esto, Chopin amplió el alcance de su propio ciclo para ir más allá de los ejercicios introductorios que establecen una tonalidad, hasta ser piezas de rica invención e independencia. Sus 24 preludios, op. 28 se asocian con su fatídica estancia en Mallorca con su amante, George Sand, durante el invierno de 1838 a 1839. Aunque todas las piezas, excepto cuatro, estaban esbozadas antes de ese viaje, Chopin las finalizó envuelto en terribles condiciones, mal clima y una salud deteriorada. Algunos de los preludios, como el no. 7 en la mayor o el no. 10 en do sostenido menor, funcionan mejor como parte del ciclo completo, mientras que otros, como el Preludio no. 15 en re bemol mayor, conocido como “La gota de lluvia”, o el no. 13 en fa sostenido mayor, que es parecido a un nocturno, funcionan por sí solos. Ninguna pieza conlleva una técnica más exigente que el no. 16 en si bemol menor. Incluso algunas de ellas pueden ser interpretadas por principiantes, por lo que a menudo se tocan de forma aislada, incluidos los lentos y expresivos preludios no. 4 en mi menor, no. 6 en si menor y el no. 20 en do menor.

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