Concierto para piano n.º 1 en si bemol menor

Op. 23, TH55

En 1874, a la edad de 34 años, Tchaikovsky se embarcó en la composición de su primera obra para piano y orquesta. Al no ser él un pianista virtuoso, el plan era que Nikolai Rubinstein, director del Conservatorio de Moscú, se encargara del estreno. Sin embargo, Rubinstein fue muy crítico con la obra, así que fue el pianista Hans von Bülow quien se encargó de estrenarla en Boston, el 25 de octubre de 1875. Aunque fue un gran éxito (al igual que su estreno en Moscú poco después con un Sergei Taneyev de apenas 19 años bajo la dirección del propio Rubinstein), Tchaikovsky aceptó el consejo de los pianistas Edward Dannreuther y Aleksandr Ziloti y reformuló gran parte de la escritura solista en dos revisiones, en 1879 y 1888 respectivamente, siendo esta última versión la que se tomó como definitiva. Así, por ejemplo, los imponentes acordes con los que entra el piano se concibieron originalmente como arpegios más suaves para agregar color. Cada uno de los tres movimientos viene respaldado por una canción popular, ucraniana en los movimientos exteriores y francesa en el “Andantino” central, unidas por un carácter melódico común. El concierto se estableció rápidamente como un clásico del virtuosismo, con su magnífica y arrolladora apertura presagiando una música absolutamente convincente. El movimiento central combina las funciones de una tierna canción de cuna y un delicado scherzo, y el exigente final conduce a una conclusión realmente emocionante. Sin duda, esta sigue siendo una de las obras más populares de Tchaikovsky, por su virtuosismo, su color orquestal y su generosidad melódica.

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