Estos dos conciertos para violín (el más popular de la historia acompañado del que quizás sea el mejor de todos los británicos) forman una pareja inusual pero plenamente satisfactoria. Rachel Barton Pine, una violinista de gusto impecable y considerable imaginación, aporta algo nuevo en ambas partituras. Fabulosamente acompañada por Andrew Litton, se acerca al caballo de batalla de Bruch con una pasión evidente y saca a la luz sus mejores virtudes: las melodías celestiales, la rica orquestación y un agudo sentido de la tensión musical. En el concierto de Elgar, se sumerge hasta encontrar el espíritu de fantasía que caracteriza todas sus grabaciones en una versión profunda y bien medida.