En 1861, tras haberse retirado de los escenarios años antes y con su fe cristiana cobrando un nuevo protagonismo, el compositor húngaro se mudó a Roma y recibió órdenes menores. Esta nueva etapa en su vida dio lugar a una música mucho más introspectiva, en marcado contraste con las deslumbrantes y virtuosas piezas para piano que lo habían hecho famoso. Gran parte de la música de esta última etapa de Liszt sigue siendo poco interpretada, como es el caso de Via Crucis, una obra para coro y piano que propone un recorrido musical por las estaciones del Vía Crucis, desde la condena de Jesús hasta su crucifixión y sepultura. La partitura combina canto llano y corales al estilo de Bach con pasajes pianísticos propios de Liszt, llenos de resonancias oscuras y armonías angulosas. Aquí la interpretación transmite un profundo afecto, desde el toque claro de Leif Ove Andsnes hasta la textura transparente del pequeño coro. Andsnes cierra el programa con las seis Consolations, escritas en una etapa mucho más temprana, y dos piezas de las Harmonies poétiques et religieuses, todas para piano solo. Consideradas entre las obras más luminosas de Liszt, actúan como un cierre sereno tras la intensidad sombría de Via Crucis.