Sonata para violín n.º 9 en la mayor

Op. 47 · “Sonata a Kreutzer”

Casi ninguna otra sonata para violín tiene una historia tan turbulenta. Compuesta en 1803, la Sonata op. 47 pronto adquirió el apodo de “Kreutzer”, por el violinista al que Beethoven se la dedicó. Pero Kreutzer la odiaba (“terriblemente ininteligible” fue su veredicto) y se negó a tocarla. En un principio, Beethoven quería dedicar la obra al virtuoso británico George Bridgetower, que la estrenó, y con quien se enemistó irrevocablemente cuando insultó a una mujer a la que Beethoven admiraba. Pero las turbulencias no están sólo en el fondo, sino en la propia música, sobre todo en el volcánico primer movimiento. Años más tarde, Tolstói adoptó el sobrenombre de Sonata Kreutzer para el título de una novela sobre el efecto moralmente perjudicial de la música. Escuchando este extraordinario derroche de pasión, quizá se pueda entender por qué. Los otros dos movimientos, sin embargo, dan un paso atrás hacia un territorio menos volátil, más clásico, y de hecho el final estaba pensado originalmente para una sonata anterior. Nada de esto ha impedido que la Sonata Kreutzer se haya vuelto enormemente popular.

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