Concierto para violín en mi menor

Op. 64

El Concierto para violín, op. 64 de Mendelssohn fue celebrado como el sucesor del homónimo concierto de Beethoven luego de su estreno en 1845. Además, renovó el formato del concierto virtuoso. El solista en esa primera interpretación de Leipzig fue un amigo de la infancia del compositor, Ferdinand David, concertino de la Orquesta de la Gewandhaus. Un poco más tarde, el concierto fue interpretado por el joven de 14 años Joseph Joachim (que sería gran amigo y colega de Schumann y Brahms), y así conoció la fama de la que disfruta hasta el día de hoy. Crear una obra que suena tan natural cuesta mucho trabajo y la creación del concierto tomó siete años. Es innovador desde los primeros compases; una angustiosa línea solista que flota sobre un acompañamiento turbulento antes de la relativa tranquilidad del segundo tema, presentado por los clarinetes. La cadenza aparece temprano para coronar el desarrollo del allegro. Mendelssohn unifica los tres movimientos con pasajes de transición, una idea que tomó prestada del Konzertstück en fa menor, op. 79 de Weber (1821). El “Andante” central es una canción sin palabras; sus secciones externas envuelven a un pasaje en tonalidad menor de gran ambigüedad emocional. Luego de otra transición, la fanfarria de las trompetas anuncia el final, ligero como una pluma. Las acrobacias del solista saltan sobre la orquesta y conducen a repeticiones del rondó a través de misteriosos pasajes armónicos. Junto a los conciertos románticos para violín de Beethoven, Brahms y Bruch, el Opus 64 de Mendelssohn es un componente fundamental en el arsenal de un violinista virtuoso; un rito necesario de iniciación para quien aspira a convertirse en solista.

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